miércoles, 27 de marzo de 2024

Lobos que acechan


El lobo, ese animal en torno al que se han desarrollado los cuentos de la vieja Europa, empieza a llenar de nuevo el medio natural gracias a la reintroducción en ciertas áreas donde se había extinguido y las políticas proteccionistas.
A pesar de todo lo bucólico que le rodea, no hay que tomarse a cachondeo a este mamífero, pues como nos lleva avisando la tradición oral muchos siglos, lo del lobo es bastante serio, y aquí, este biólogo, se lo va a demostrar.


Aunque los europeos pensamos que es un animal propio de nuestras fronteras, el lobo tiene su área de distribución repartida entre Norteamérica, Europa, gran parte de Asia continental y el norte de África. Todos ellos pertenecen a dos especies, el lobo gris (Canis lupus), que presenta varias subespecies como el lobo ártico o el ibérico, y el lobo rojo (Canis rufus). Si bien es cierto que algunos autores también hablan del lobo abisinio o etíope (Canis sinensis), no existe un consenso científico al respecto.
Atendamos a su dieta… Si bien es cierto que los lobos son animales carnívoros, también se podría definir como oportunista, ya que a veces pueden consumir bayas y frutas, alimentarse de carroña, e incluso cometer canibalismo. ¿Y por qué hace esto? Básicamente, porque pasa mucha hambre, y a falta de pan…


El lobo es un animal gregario, es decir, vive con otros lobos en grupo, lo que llamamos manada. Una manada es una asociación (casi) familiar que está formada por entre seis y veinte individuos, generalmente un lobo macho, una hembra y los hijos de estos. Cuando hay varios machos en una manada, se establece una jerarquía, es decir, hay rangos. El que gobierna la manada es el macho alfa, el que le sigue es el beta, el siguiente, el omega, etc.
Los miembros de una misma manada cooperan entre sí, tanto en la obtención de alimento (cazar en grupo, sobre todo animales grandes), como en la crianza (por ejemplo, los machos proveen de alimento a las crías regurgitando su propia comida). Para todas estas interacciones utilizan su olfato y, sobre todo, señales sonoras. Sí, el aullido sirve para comunicarse entre ellos y poco tiene que ver con la luna llena. Así que si alguna vez oyes un lobo aullar, sal corriendo porque detrás vienen un montón.


A pesar de esta cooperación, seguramente y más de una vez habréis oído que los lobos se matan entre ellos. No es un mito. Aunque no es lo normal, puede suceder por diferentes causas. Se relaciona con luchas de poder entre los machos de una misma manada, la falta de alimentos o con fenómenos reproductivos (si una hembra pierde a la prole, se quedará antes preñada de un nuevo lobo).


Y para terminar esta mini-clase de lobos, aquí os traigo un par de historias protagonizadas por ellos. La primera es El cordero que dijo basta, un álbum de Didier Jean y Zad que rescata de los anaqueles la editorial EntreDos.
Un rebaño de ovejas vive en la pradera que hay entre la cerca y el acantilado. Aprovechando esta situación, el lobo comienza a zampárselas. Llega la primera. Al resto no le importa porque está enferma. La segunda. Tampoco llama la atención porque es la oveja negra que a nadie le cae bien. Una tras otra van cayendo hasta que el cordero más joven pone algo de cabeza en el asunto y convence a las demás para llevar a cabo un plan. ¿Lograrán poner en su sitio al lobo?


Con unas guardas a modo de prólogo y epílogo, unas ilustraciones texturizadas (esta técnica me recuerda al pastel o la cera), imágenes a modo de viñetas, cierta óptica cinematográfica, y unos elementos narrativos excepcionales (Me encantan como hablan las sombras), este álbum consigue trazar un inmejorable camino a la hora de dialogar sobre el poder de la colectividad humana, utilizando una situación cercana desde el universo animal.


La segunda lleva por título Un lobo en la negra noche… En este libro de Sandrine Beau y Loïc Méhée que ha publicado la editorial Petaletras las pasadas semanas nos cuenta la historia de un lobo que está en la cama. En mitad de la negra noche, abre un ojo. Luego el otro. Abre sus fauces. Se destapa. Asoma una garra, luego la otra. Se levanta y…


Con una secuencia de imágenes cuyo fondo va pasando del negro al amarillo, los autores nos amenizan una historia cotidiana a modo de sketch o comedia de situación en la que la oscuridad y las penumbras juegan un papel esencial. La cadencia en la voz narrativa y el suspense, se adueñan del lector para que, al final, suelte una carcajada gracias al efectismo escatológico. En definitiva, un lobezno muy gracioso y sorprendente.

miércoles, 20 de marzo de 2024

El infortunio del batracio


Hay días que uno no debería salir de la cama. Y no es que yo sea de esos que prefiera esconderse a confrontar la realidad, sino más bien de los que piensa que quien evita la ocasión, evita el peligro, sobre todo para lo demás.
Sí, queridos, hay gente que despierta en mí cierto instinto asesino y me es muy difícil controlarme. No es que sufra de bipolaridad u otro tipo de trastorno (o eso pienso), pero a veces te rodean los anormales y ni los sicarios rusos pueden protegerte de ellos.
¿Qué le hecho a todos esos gilipollas que se empeñan en relatarme sus penurias y demás basura por el mero hecho de ser cortés? Los oyes hablar y te echas a temblar. Todos te repiten los mismos sermones de crecimiento personal. Mucho autocuidado y traumas de adolescencia a cascoporro. Todo les parece tóxico menos ellos. Es una verborrea tan babosa, tan pueril y desquiciante, que necesitan que alguien les meta un zapato en la boca.


Lo que más me jode es que luego te dan las gracias por todo y añaden que “tienes mucha capacidad de escucha”, cuando lo que tengo en realidad es mucha educación por no mandarlos a la mierda.
Al final tendré que acudir al psicólogo para que me explique qué hago mal para que cualquier triste de la vida se arrime con tanto fervor a mi persona. Mira que no me corto ni un pelo en mi discurso, pero ellos echan mano de sensiblerías y demás metáforas terapéuticas para justificarse ante mí. No hay cosa que más me joda en este mundo, que los aprendices de mártires.
Tendré que hacer de tripas corazón y sufrir en silencio a todos estos sacamantecas cuyo único fin en la vida es menospreciar a todo el que se cruza en su camino y aprovecharse de la atención que se les presta. ¡Como si los demás no tuviéramos bastante…! En parte me dan jindama.


Y me voy a callar porque lo que menos quiero es terminar como el protagonista del libro de hoy. Tarde de sapo es un álbum de Maite Mutuberria y publicado por Kalandraka que nos cuenta la historia de un batracio que, durante el transcurso de la tarde y sin mucho que hacer, es visitado por un buen puñado de insectos tocapelotas que intentan mitigar su supuesto aburrimiento. Todo empieza con el mosquito que empieza a volar alrededor del sapo, hasta que este se cansa y se lo zampa. A este le sigue el caracol, la mosca, el escarabajo y la mariquita. Le llega el turno al saltamontes. ¿Se lo zampará también?


Aunque este álbum está dirigido a primeros lectores, tiene elementos de sobra para encandilar a cualquier espectador. El primero es la estupenda caracterización de los personajes. Ese sapo que parece una estatua, casi una mole comparado con los insectos pizpiretos y encantadores que intentan alegrarle la vida. El segundo son esos detalles que imprimen salero a la acción como la alternancia de planos, la secuenciación del vuelo del mosquito o el engordamiento del protagonista. Por último decir que me encantan las voces del mosquito, del sapo y el saltamontes. Tan cercanas a esas onomatopeyas que atrapan siempre a los pequeños.


Un librito muy bien traído en el que subyace una historia bastante curiosa (¿Se han fijado en los gorritos de fiesta que visten todos los personajes?) y que hace una parodia muy animal de la clásica historia de David y Goliat donde, paradójicamente, sale bien jodido el que no ha dicho ni pío. Como en la vida misma...

domingo, 17 de marzo de 2024

Rimas y tarimas


Música y poesía. Poesía y música. Parece que siempre van de la mano. Ritmo, cadencia y melodía. La una me lleva a la otra y viceversa. Quizá esa sea la razón por la que ambas me llevan de la mano y me dejo deleitar por las dos, sobre todo acústicamente. Y me explico… Cuando leo poesía, he de hacerlo en voz alta y valorarla con propiedad, pues aunque las palabras reverberan en mi seno, hay algo de mágico en ellas cuando se pronuncian en voz alta. Lo mismo me pasa con la letra de una canción, que por muy bonita que sea, necesito acompasarla con las notas y ver cuánto tiene de bonita, aunque sea bailando en mi tad de la verbena.


También sucede que, como las canciones, algunos poemas no te gustan al principio, pero, cuanto más los escuchas, más te acostumbras a su sonsonete, como una letanía lejana que, poco a poco, va formando parte de ti. Pero lo que más me llama la atención es que cada poema y cada canción tienen la huella del artista, una marca indeleble que puedes reconocer a pesar de los años, un toque, su firma. ¡Para que luego digan que rimas y tarimas no tienen nada que ver! 
Por eso no me extraña que García Teijeiro se haya envalentonado para emular a doce mujeres en forma de verso. Un extraño tributo que reverbera la impronta de cada una de ellas. 

Hay cinco nubes
sobre mi cama.
Una es de azúcar;
otra, una dama.
Una es de nieve;
otra, con rayas.

La más pequeña
es muy graciosa.
Flota en el viento
cual gaviota.

Son cinco nubes
que me acompañan.
Cuidan mi sueño.
No piden nada.

Antonio García Teijeiro.
Para Beatriz Giménez de Ory.
En: Los ecos del viento.
Ilustraciones de Noemí Villamuza.
2024. Pontevedra: Kalandraka.


jueves, 14 de marzo de 2024

Caracoles, tractores, moscas y otras crisis de identidad


La identidad es una cosa muy seria, pero también no puede serlo. Un servidor lleva toda la vida siendo lo que le da la gana y aquí sigue, sin demasiados problemas. No entiendo cómo la gente se toma estas cosas tan a la tremenda. Será que se aburren de ser quienes son. Será que envidian la existencia ajena. Será que no tienen demasiada imaginación.
Puede que no solo sea una cuestión personal, sino que los del otro lado también tienen que reconocerte. Hay mucha gente que necesita reafirmarse en los demás.


No soy de los que gusten de nombrarse, colgarse etiquetas y calificativos. ¿De qué sirve? Quizá muchos se pirren por verse reducidos a la mínima expresión, a cuatro palabras cuyo significado pueda malearse con el tiempo. No es mi caso.
Aunque intente quitarle hierro, hemos de reconocer que una crisis de identidad puede constituir un problema gravísimo para mucha gente. Sentirse vacío, confundir tus pensamientos, ideas y creencias, experimentar una nula aceptación social, y sufrir ansiedad y estrés puede conducir a trastornos más graves, e incluso propiciar un triste desenlace.


Si bien es cierto que este tipo de trastorno es habitual entre adolescentes y adultos, no es frecuente entre los niños. Salvo raras excepciones los niños experimentan y construyen su personalidad desde el juego y la imaginación, lo que no solo afianza su propio universo, sino que les ayuda a situarse desde otras perspectivas que les permiten verse a sí mismos. De eso tratan los álbumes de hoy.

Empezamos con Caracolico, un álbum de Julia Jiménez y Mònica Solsona publicado por Sd-Edicions. En este libro, mi paisana nos cuenta la historia de un pequeño caracol que, harto de deslizarse gracias a su pie muscular y su moco, decide aprender a volar. Desoyendo a su madre, este caracol romano se lanza a la aventura trepando por una torre de alta tensión. Alentado por sus amigos, sube cada vez más y más arriba. ¿Logrará hacer su sueño realidad?

Desde esa dicotomía que confluye en capacidad-incapacidad Jiménez y Solsona se asoman a esa búsqueda de los sueños sin cumplir que, a pesar de las dificultades, se tornan realidad gracias a lo casual y el empuje de los amigos. Caracolico y ellas nos dicen: todo es circunstancial, ¿por qué no intentarlo?

Con un personaje encantador y muy bien caracterizado, un formato vertical muy adecuado para una historia que sube y baja, juegos de perspectivas y planos que añaden cierto suspense a la óptica, y unas guardas a modo de prólogo y epílogo, las autoras se adentran en el mundo de la inocencia infantil.


Seguimos con El vuelo de mosquita, un libro de Ziggy Hanaor y Alice Bowsher que ha publicado en España la editorial Océano Travesía. Mosquita, como cualquier otra mosca, vuela de una manera un tanto espacial. Su vuelo en ondeante, ondulante y zigzagueante. No se parece al de Mirlo ni al de Cigüeña ni al de Estornino, y todos piensan que debe mejorarlo. Ella lo intenta y lo intenta, pero le resulta muy difícil volar como ellos y se siente frustrada.


Con blanco, negro y amarillo, los autores construyen una historia donde no solo se hablar de la identidad, sino que también se adentra en la auto-aceptación, el juego y el reconocimiento entre iguales. Si a todo ello añadimos una dosis de buen humor y algunas cuestiones divulgativas sobre el vuelo de los animales, la combinación es perfecta.


Otro libro que se sumerge en lo identitario es Nicoló, el álbum de David Fernández Sevillano y Laia Albareda que publicó hace un tiempo la editorial Amigos de Papel. Nicoló es un tractor amarillo con un gran bigote…, o bueno, eso pensamos nosotros, porque él no lo tiene muy claro. Puede que sea un topo que excava enormes agujeros, o también una araña que dibuja tu tela. ¿Y un pez que nada bajo el agua?


Ilustraciones simpáticas construidas en torno a grandes masas de color con gran contraste (Fíjense en ese azul que evoca lo irreal), y una composición dinámica que juega con diferentes disposiciones del texto en la doble página, esta historia divertida plantea cuestiones interesantes (¿Máquinas o seres vivos? ¿Qué nos define?) que pueden ser más que jugosas para cualquier lector.


Terminamos con el ¿Y si fuera otra cosa? de Bruno Zocca. Publicado en nuestro país por Liana Editorial, este álbum también juega con el ser y no ser desde una perspectiva muy imaginativa. Todo empieza cuando el niño protagonista se mira al espejo del cuarto de baño y se cuestiona qué es. Si fuera un pájaro, se pasaría el día cantando. Si fuera un temporal, estaría tronando a todas horas. Y si fuera el sol, no madrugaría tanto. ¿Al final que será?


Aparentemente sencillo, este libro que desborda mucha imaginación, además de tratar aspectos del existencialismo, nos acerca a las perspectivas juguetonas y fantásticas de un niño que, echando mano de surrealismo y sinsentido, nos presenta un nexo entre el mundo real y onírico, momentos antes de irse a dormir.


Dinámicas y llenas de detalles, sus ilustraciones apelan a nuestro subconsciente, desbordan la narrativa textual, y nos sugieren nuevos espacios de ficción a los que acudir cuando nos formulemos estas preguntas un tanto filosóficas.


Y si están muy espesos porque las torrijas no les dejan pensar durante estos días de asueto que se aproximan, disfruten de todas estas historias sin darle muchas vueltas a la cabeza. Que a veces es mejor dejarse llevar que hurgar en las respuestas como cerdos que hociquean en la mierda.

miércoles, 13 de marzo de 2024

La moda del abrazo


El patio. Una vuelta tras otra. Y a cada paso, un abrazo. Unos y otras, otras y unos. ¡Venga abrazos! No se acababan nunca. Sentidos o diplomáticos, absurdos y entrañables. De inmediato, recordé mis años de juventud. No había tantos abrazos. Si acaso algún que otro beso, y nada de repartirlos a diestra y siniestra. ¿Será que el cariño ha irrumpido en nuestra sociedad? Sinceramente, lo dudo…
Lo que sucede es que, tanto la infancia, como la adolescencia, son momentos en la vida en los que las relaciones interpersonales se intensifican mucho, bien por cuestiones de la bioquímica (recuerden que ciertas hormonas, como la oxitocina, sobrevuelan la estratosfera), bien por cuestiones sociológicas (reconocimiento entre iguales, básicamente).
Si bien es cierto que podría suceder lo mismo con los besos, parece ser que los teenagers han encontrado en el abrazo una fórmula inmejorable para diluir las diferencias y el sexismo, ya que estos se contemplan como un código cariñoso aceptado entre personas de cualquier sexo y condición.


El abrazo puede ser afectuoso, estar lleno de complicidad, puede evidenciar amor, también velarlo. Grupal o en petit comité, familiar o amistoso. El abrazo tiene un significado muy plural que sirve en esta sociedad del postureo como arma a blandir para todos aquellos que apuran la falsedad en una cultura terapéutica donde la salud emocional pasa por ser aceptado y arropado socialmente.
Por mi parte, y a sabiendas de mi talante huraño, abogo por la dosificación de las muestras de cariño, no solo para ser conscientes de la realidad, sino por evitar la equiparación entre unos y otros. Que aquí todos parecen más amigos que gorrinos, pero luego, detrás de tanto abrazo, abundan las puñaladas traperas.


Si quieren darle una vuelta a mis palabras, pueden ponerle un poco de contexto con Alexander von Biscuit y la búsqueda del abrazo perfecto, un álbum de Oren Lavie y Anke Kuhl que acaba de publicar Takatuka y que aborda este tema sin demasiadas pretensiones (cosa que abunda últimamente en esto de la LIJ).
Alexander von Biscuit es un sapo con nombre de aristócrata (me ha encantado y traído a mi memoria al protagonista de El viento en los sauces) que ha soñado con el abrazo perfecto y, sin pensárselo dos veces, se dispone a hacerlo realidad. Empieza con sus amigos, pero todo parece inútil. La jirafa Georgette tiene el cuello demasiado largo y el pez dorado Jerry es muy húmedo. Así que, con tan poco éxito en su empresa, decide convocar un concurso de abrazos en el parque. ¿Lo encontrará?


Desde un prisma entrañable y con mucho humor blanco, el escritor israelí y la ilustradora alemana se adentran en el universo sentimental. ¿Qué destila el abrazo perfecto? ¿Acaso su tacto? ¿Su sabor? ¿Cómo lo definirías tú? Valorar los gestos cariñosos es demasiado subjetivo e implican sensaciones personales e intransferibles muy difíciles de comunicar, así como extrapolar a otras personas.


Recursos secuenciales del cómic, una atmósfera desenfadada y llena de detalles, y una caracterización de personajes muy cómica, ensalzan una obra que, si bien pretende emocionar, también nos abre nuevos caminos en el universo de las parejas (¿Han visto que dispares?) o las ideas preconcebidas. Que lo disfruten y abracen a mucha gente en el día de hoy.

martes, 12 de marzo de 2024

De hijos caprichosos


Estoy de niños caprichosos hasta las narices. Y de sus padres, todavía más arriba. Lo afirmo categóricamente. Si atendemos a esas nuevas generaciones de hijos cuyos padres han sido privados de algún que otro capricho, la cosa es muy peliaguda. No solo porque me provocan un vuelco a los higadillos, sino por lo que podemos esperar de nuestro futuro como especie.
Es que ellos se lo merecen, oye. Solo por el hecho de existir, tienen derecho a cualquier cosa. A unas zapatillas de doscientos pavos, una moto, quince días en las Maldivas o incluso un aprobado. Estos críos hiperdeseados que han nacido en la sociedad del consumismo y la terapéutica, son el sumun del caciquismo. “Tenerlo todo” es el lema. No sea que sufran un trauma.


Así nos va. Gobernados por tiranos sin límites... Y si eres el ajeno que abre la boca y apunta a , te fusilan. “Nena, siéntate bien”, “Nene, no malgastes agua”, “Nenes, eso no se dice”... A la mínima salta el padre, la madre y el espíritu santo en defensa de sus hijos con no-sé-cuántas-amenazas, espetándote aquello de “No les hables así, que si nooo…”
Ellos, que se han leído muchos libros de crianza y siguen a muchos influencers, te animan a las broncas suaves, con voz de Kati, bien pava, con mucho “cariño”, “gracias” y “por favor”. Así, todo entra mejor. Cuánto más mosquita muerta parezcas, mejores pellizcos de monja metes. Dulces, suavones, pero con inquina. Es a lo único que atienden, a lo políticamente correcto.


Así nos quiere esta sociedad de ofendidos: muy comprensivos. Se lo ha dicho la televisión y el mindfulness. Son niños muy buenos, aunque ellos solo los vean media hora antes de acostarse (o irse a jugar a la “plei”). Pero son sus hijos. Sangre de su sangre. Comparten un mismo acervo genético. Suficiente para que todos vivamos arrodillados ante ellos, les rindamos honores y, a ser posible, limpiemos su culo hasta los cuarenta años.
Menos mal que todavía quedan padres que no satisfacen las apetencias de sus hijos. Como la de Pascualina, la murciélago que protagoniza la serie de Beatrice Alemagna publicada en España por Combel.


En esta historia que lleva por título ¡Lo más de lo más!, Pascualina y su madre se van de compras mientras su padre se queda limpiando la casa (¡Bien por él!). Cuando llegan al supermercado, la cría se encarama en el carro y viendo que tiene la veda abierta, empieza a pillar todo lo que le place. No contenta con ello, empieza a suplicarle a su madre que compre chupa-chups de babosa, chips de grillo o caramelos de corteza. La madre le niega todo, pero Pascualina sigue con sus impertinencias. De tanto babear, arrastrarse y lloriquear, Pascualina queda postrada en el suelo, convertida en una especie de babosa. De repente, un pájaro la confunde con su alimento y se la lleva volando para comenzar una nueva aventura.


Como en ¡Ni en sueños!, la autora francesa se interna en los conflictos paterno-filiales desde un prisma simpático y muy metafórico. En él, niños y adultos adoptan perspectivas un tanto disparatadas, pero cargadas de significado. Una madre estricta, pero con sentimiento de culpabilidad... Una protagonista insufrible que siempre sale mal parada... Ninguna relación es tan fácil como se presupone y siempre subyace el cariño y el verdadero valor de las cosas. 


Con una caracterización de los personajes muy acertada, una ambientación que recuerda a otras series protagonizadas por animales, giros narrativos inesperados, el uso de distintas tipografías para cambiar de registro, y ese rosa neón, se lo recomiendo, no solo como “libro para resolver problemas” (que así lo venden muchos), sino como regalo a todos esos padres-esclavos que colman de deseos a sus hijos.

sábado, 9 de marzo de 2024

Serendipia poética


Es sábado y llueve afuera. Mientras tanto, una serendipia se abre camino en mi escritorio. Me colma de felicidad. A veces los libros son así. Geniales. Inesperados. Leo, leo y no me canso. Una suerte teniendo en cuenta que el mercado solo sabe ofrecernos productos banales y perecederos. Mucho compromiso y poca diversión. Me gustan las palabras, ver cómo juegan, cómo se retuercen. Menos intensas y más elásticas. Aire fresco es lo que necesito. Para eso te quiero, poesía.
Veintiocho creaciones que sobrevuelan la mesa mientras abro esa ventana que es este libro. No le está mal empleado el título. Que llegue pronto la primavera y, abierta de par en par, llene mi mundo del sabor de la brisa que borra todas las penas.

¿Y cómo sería
si por un día
fuera lógico…

que hubiera pingüirafas
con frac y largas gafas

y dos cocodrilantes
de trompas muy brillantes,

un trío de hipocruces
grandes, de pocas luces,

algunos dinogatos
comiendo de sus platos

y fueran visitantes
de un humanoológico?




Veo silencios que hablan
y no sé ni lo que dicen.
interpreto algunas pausas,
algunos andares libres.

Oigo que el verde anaranja
a pasos que ya no sigo
y, apoyado en la baranda,
mi andar se queda dormido.

Mientras se despierta un mundo
que leo largo y tendido,
espero a que alguien venga
antes que yo me haya ido.

Dani Espresate Romero.
En: Ventanas.
Ilustraciones de Marta Comín.
2024. Barcelona: A buen paso.


viernes, 8 de marzo de 2024

Llámalo "Dragon Ball" cuando quieras decir Akira Toriyama


El pasado 1 de marzo falleció Akira Toriyama de una hemorragia cerebral. Tras despedirlo en la más absoluta intimidad (una cosa muy japonesa), su familia hizo pública la noticia a través de su estudio, y el mundo entero se hizo eco de la tristeza. “Ha muerto el padre de Son Goku”, rezaban los titulares. Y no era para menos.
Aunque Akira Toriyama comenzó en el manga con Dr. Slump, una serie estructurada en 18 volúmenes que desarrolla las aventuras de un profesor un tanto pervertido y su androide Arale, no fue hasta la llegada de Dragon Ball, un manga de tipo shonen (algún día les introduciré en toda la terminología del cómic nipón) con tintes de otros géneros, cuando su trabajo trascendió internacionalmente.


Bola de dragón fue publicado originalmente en la revista Shōnen Jump, de la editorial japonesa Shūeisha, entre 1984 y 1995 en 42 volúmenes que incluían un total de 519 capítulos. En ellos se cuentan las aventuras de Goku (o Son Goku, como también se conoce), un guerrero con cola de mono y experto en artes marciales, que en su niñez se dedica a viajar a lomos de una nube en busca de siete esferas mágicas que tienen el poder de convocar a un dragón cuando están juntas y al que se le puede pedir un deseo. De este modo, enfrentarse a otros luchadores, salvar a la Tierra y la humanidad se convierte en su leitmotiv.
Conforme avanza la historia aparecen un sinfín de personajes que van enriqueciendo la trama. Crilin, Trunks, Yamcha, Bulma, Muten Roshi (o Maestro Tortuga, que me gusta más), Piccolo, Vegeta, Freezer o Célula son algunos de ellos. Por otra parte y teniendo en cuenta que la cosa se complica, la historia se divide en dos corpus de contenido. Por un lado tenemos Dragon Ball (volúmenes 1-16), que cuenta las aventuras de Goku durante su infancia, y por otro Dragon Ball Z (volúmenes 17-42), que se centra en la etapa adulta del héroe.


Si bien es cierto que este tipo de mangas tienen todos los ingredientes para convertirse en éxito entre niños y preadolescentes, hay que llamar la atención sobre el universo enriquecido de Goku y compañía, ya que esta historia no está sujeta a caprichos y libre albedrío, sino que fue meditada por su creador. En primer lugar el personaje se basa en el dios mono, un ser que comparten la cultura china y japonesa. En segundo lugar Toriyama se inspiró en la novela china Viaje al oeste, un clásico oriental donde un grupo de amigos que buscan unos pergaminos budistas. Si esto no fuera poco, también fundió el cine de Jackie Chan con el mundo de los videojuegos, concretamente Spartan X, para contruir un mundo nuevo e irresistible para cualquier niño.
El manga ha vendido en todo el mundo la friolera de 260 millones de copias y varias generaciones de chavales de finales de los 80 y todos los 90 han crecido con él. Si bien es cierto que en España y otros territorios occidentales, el éxito del manga estuvo precedido por la serie de anime, no cabe duda que el genio de Toriyama sigue intacto, pues fue él quien escribió el guión y asesoró a Toei en las dos primeras partes de la saga (no lo hizo con Dragon Ball GT o Dragon Ball Kai).


Pinceladas de la tradición nipona, el maniqueísmo y la contraposición del bien y el mal, las representaciones del mundo de los vivos y los muertos, escenarios reconocibles (por ejemplo Bali), androides por un tubo, ciencia ficción mezclada con misticismo asiático, algún detalle picantón y elementos humorísticos articulan esta obra que tanto ha influenciado a la cultura global.
Por citarles algunos de mis detalles favoritos me detendré en la animadversión de Goku a las agujas y la comida de hospital (graciosísimo ese punto) los medios de transporte que Bulma saca del bolsillo, la reproducción asexual de Piccolo (eso de que echara huevos por la boca me dejaba estupefacto), la inexplicable desaparición de Launch de la serie, o los seis puntos que Krilin tiene en la frente como resultado del incienso budista.
Podría pasarme horas y horas hablando de este manga, pero creo que lo mejor es que con este pequeño tributo a la figura de su creador y de paso a la obra, despierte su interés y se sumerjan en su mundo.


jueves, 7 de marzo de 2024

Los silencios en el álbum ilustrado


Duelo, enfado, desconcierto, situaciones fuera de lugar, mucha vergüenza o alegría desaforada. El silencio está presente en todas estas situaciones, y por tanto, se configura como una práctica necesaria e imprescindible para observar, internalizar y comprender el mundo. En ese sentido, el silencio está profundamente conectado con el ser humano, y por tanto, con todas las facetas de este.
Tampoco me negarán que el silencio es una dimensión muy complicada. Un fenómeno muy difícil de traducir, pues en él subyacen las palabras que no decimos, los pensamientos que somos incapaces de verbalizar o incluso la nada. Si a ello añadimos que de él pueden participar una, dos o más personas, todo es más complejo.


Es lo que sucede en el acto literario, que los lectores yuxtaponen nuevos silencios que contribuyen a esa multiplicidad discursiva que tanto nos gusta a los críticos. ¿Pero cómo es posible narrar el silencio en un medio lleno de palabras como el literario? Puntos suspensivos, punto y aparte, un nuevo capítulo o incluso la palabra “silencio”. La literatura tiene sus recursos para hacernos llegar un momento en el que no verbalizamos.
El silencio también participa de la narrativa en los libros infantiles. Y si hay unos silencios que me gusten sobremanera, son los que pertenecen a las llamadas narrativas gráficas, como el álbum o el cómic. En ellos, la interacción palabra/imagen crea significados más versátiles e intrincados, planteando nuevos desafíos para el silencio en historias secuenciales que se parecen mucho a lo cinematográfico.


En este contexto de la literatura multimodal, avistamos nuevos recursos narrativos donde la composición, el color, la forma, el tamaño, la luz, el espacio, en definitiva, la plasticidad, tiene mucho que aportar a ese diálogo entre libros y lectores, creando una atmósfera donde contextualizamos ese silencios que, de algún modo, adquiere un nuevo estatus.
No es lo mismo un silencio en penumbra que a plena luz del día. No es igual un silencio con el mar de fondo que dentro de un armario. Nada tiene que ver el silencio de una muchedumbre que el que se establece entre dos amantes. Si bien es cierto que el silencio en una producción verbal puede ser igualmente efectivo, en estos formatos se dibujan nuevos perfiles que constriñen o amplían la cosmovisión de autores y lectores, algo que siempre se agradece en historias con enjundia y calado.
Como este artículo no consiste en un tratado sobre el silencio, sino que solo pretende señalar un hecho evidente en muchos álbumes y al que deben prestar atención, aquí les traigo un ejemplo de álbum con silencios.


¿Te acuerdas? un libro del siempre silencioso y sorprendente Sydney Smith, se abre camino en las librerías gracias a la que se ha convertido en su editorial de cabecera, Libros del zorro rojo. El autor de libros como Un camino de flores, Sam, una sombra rebelde, Pueblo frente al marPerdido en la ciudad o Hablo como el río, se adentra esta vez en la conversación que un niño mantiene con su madre. Ambos están en la cama, dormitando. Ojos entreabiertos, respiración calmada. Hacen uso de esa frase tan manida que da título al libro y comienzan con el juego de los recuerdos. El niño los tiene grabados en la memoria. El día que su padre y él recogían vayan durante un picnic. Cuando el abuelo encendió la lámpara de aceite durante la tormenta o la bicicleta caída sobre el heno. Y en el ahora, ellos dos.


Diferentes planos se suceden para articular una historia mínima que ahonda en el pasado que se desdibuja, un presente nítido y un futuro desconocido. El paso del tiempo aflora entre dos escenarios diferentes, uno muy rural y otro más urbano. La acción es quieta y muy sugerente.


Los silencios aparecen desde el principio hasta el final del libro. Su portada es silenciosa y el protagonista nos mira de frente (¿Ven su boca cerrada?), como si se asomara tímidamente a la ventana. Escenas de luz escasa que a modo de fotogramas se suceden y crean una atmósfera tranquila, pero al mismo tiempo misteriosa (¿Dónde están el padre y el abuelo del protagonista? ¿Dónde se quedaron aquellos momentos?). También, los silencios nos llenan de suspense y crea espacios, huecos que el lector puede rellenar a su antojo, descifrar con su propia experiencia. Y así, de silencio en silencio, continua el cariño y la vida, que bien mirado, no es poco.